me curé con una piedra
21 años tenía cuando atravesé mi primera gran crisis personal.
Me desconecté de mi centro y empecé un descenso imparable a las profundidades de mis infiernos.
Hasta entonces mi vida era “normal”, con sus momentos mejores y peores como es natural… pero con un estado de satisfacción y de bienestar con mi realidad.
A día de hoy que han pasado dos décadas desde aquella vivencia puedo recordar a la perfección mi sensación de vulnerabilidad permanente. Me sentía incapaz de levantarme con ánimo y lo peor es que era consciente de como iba a peor día tras día.
Estuve tres meses en los que predominaban: la tristeza, la inseguridad, el llanto, la incapacidad de poner nombre a lo que me pasaba, enfado, impotencia, incertidumbre, cansancio, abatimiento, falta de confianza, agobio y miedo. Triste sin tener un por qué, inseguridad por no sentirme capaz de hacer frente a mi vida, lagrimas de desconsuelo por estar así, desesperada porque no sabía qué me estaba pasando, enfadada conmigo por no disfrutar de mi primer año en la universidad, impotencia por no saber qué hacer para salir del túnel, incertidumbre porque no sabía a quién pedir ayuda, desconfiada de todos, de todo y de mí misma, cansada y abatida de ver cómo empeoraba la situación, agobiada porque no podía entablar nuevas relaciones y miedo a quedarme así para siempre.
Ante tal panorama, le pedí ayuda a mis padres y a una amiga. Mis padres me propusieron acudir a terapia y mi amiga me habló de su terapeuta. Acepté ambas opciones.
Es curioso y llamativo que yo estudiando en aquel momento psicología preferí conocer a Charo que practicaba una terapia alternativa y no llegué a pisar la consulta de un psicólogo… Pero al final de lo que se trataba era de recuperar mi equilibrio y poder seguir haciendo una vida “normal” para una joven de 21 años.
Sigo sin saber lo que aquella mujer hacía pero sí puedo explicar la razón de que su método me funcionara. Ocho meses después de empezar con su propuesta curativa, empecé a ver la luz al final del túnel y un año después ya había quedado atrás todo mi calvario.
Haciendo un balance ahora, la primera razón por la que salí vencedora de aquella situación fue porque QUISE SALIR, es decir porque tenía la más absoluta convicción de querer recuperar mi vida, quería volver a disfrutar, a ser “feliz” y ser de nuevo yo misma.
Era como si “otra Estefanía” hubiese tomado el control de mi mente, y de un día para otro mis pensamientos iban de aquí a allí sin yo poder dirigirlos. A veces incluso volviéndose en contra de mi supervivencia, convertidos en pensamientos dañinos, de culpa, de vergüenza, de rechazo y de repudio hacia mí misma.
Hoy agradezco a esa crisis lo que aprendí, porque me enseñó que la mente puede ser tu mejor aliada o tu peor enemiga y que si no quería volver a caer debía estar muy atenta a las decisiones que tomaba.
Los factores, que me llevaron a adentrarme en aquella espiral caótica, eran muchos pero todos se resumen a malas decisiones. Decisiones que en su momento no tuvieron repercusión y que con el paso de los años se volvieron en mi contra, mostrándome el poco respeto que me había mostrado a mí misma cada vez que prioricé “el que dirán” “el no salirme de la norma”, “el hacer lo que hacía todo el mundo” “el no desentonar” “el no querer abandonar el rebaño” y todo por MIEDOS. Miedo al rechazo, miedo a sentirme sola, miedo a que no me quisieran, miedo al abandono, miedo a la Soledad. ¡Miedo a ser yo misma!
Aprendí que el camino fácil no me llevó a un puerto seguro.
Aprendí con los años que al final lo importante es que cuando mire atrás pueda decir que las decisiones que tomé fueron siendo fiel a mí misma.
Y aquí estoy contando cómo la primera vez que atravesé una crisis personal me curé con una piedra.
Mi tratamiento era usar dos piedras de la playa; una pequeña que llevaba durante el día y otra grande que dejaba metida en agua del mar. Antes de acostarme las cambiaba, la pequeña pasaba al tarrito del agua y con la grande me realizaba “frotaciones” en los antebrazos y en el pecho. Y la metía bajo la almohada para a la mañana siguiente volverla a meter en el agua y poner la otra en mi bolsillo. Así lo hice durante unos cinco meses. ¿cómo se supone que eso tan pseudomágico pudiese tener algún efecto psicoterapéutico sobre mi complicado estado mental? Y eta es la segunda razón, creé una rutina enfocada a mi recuperación. Cada vez que realizaba aquel “ritual” con las piedras mis circuitos neuronales abandonaban la espiral de caos y se centraban en la posibilidad de estar bien, en crear otra realidad, me voy a poner bien, voy a salir de esto.
Y ahí empezó a ocurrir el milagro, recuperé las ganas de sonreír, la nube se empezó a disipar, le podía contar a mis amigas y amigos lo que me estaba pasando, y poco a poco conseguí dejar atrás esa crisis.
Es decir que las dos causas principales que actuaron en mi recuperación fueron querer ponerme bien, con lo cual pedí ayuda y empecé a crear otra realidad en la que el cambio era posible. Y el establecimiento de una pauta, la ejecución de ejercicios, y realizar una practica diaria enfocada a la recuperación.
No hay nada peor que decirle a la mente, “no puedo, eso es imposible, no lo vas a conseguir…” porque eso es lo que hará. ¡La mente no cuestiona solo ejecuta!
Quiero recalcar que en mi caso eso funcionó, y que es importante saber a qué terapeuta se acude y qué tipo de técnicas utiliza. Cada profesional de la psicología tiene una forma de abordar la terapia, así como cada uno utilizamos una batería diferente de herramientas, se puede decir que ante el mismo conflicto que plantea el cliente cada profesional distinta tecnología.
Con esto también estoy queriendo decir que si en alguna ocasión has probado a hacer terapia y no te ha funcionado, las causas pueden ser muchas y no es lógico quedarte con un no volver a intentarlo. Esto es debido al efecto de lo que se denomina “la relación terapéutica”, es decir, cuando hay entendimiento por ambas partes. A veces decidimos quedarnos con un terapeuta porque es la única opción y puede que en vez ayudar, nos esté haciendo dar vueltas en círculo.
En otra publicación te contaré sobre otras crisis personales que he atravesado y delas que volví a salir ganadora con la ayuda de dos psicoterapeutas maravillosas.
Pide ayuda si estás mal, no confundas valentía con temeridad 😉